
Volver a casa… (Lucas 15,11-32)
Muchos chilenos a raíz del terremoto y del tsunami, dicen, en forma espontánea, después de lo ocurrido: ¡Gracias a Dios que estamos vivos! ¡Hemos perdido todo, pero puedo abrazar a mis hijos! Los momentos difíciles que han vivido tantos hermanos nuestros, también permiten que se produzca un reencuentro con el Señor. La angustia, el temor, la inseguridad, solo puede superarse por medio de la fe y la esperanza. Esta parábola del hijo pródigo, en cierta medida, nos identifica con ello. Él joven lo tiene todo, no le falta nada, y eso lo hace sentirse poderoso, hasta el extremo de pedir la parte de su herencia y vivir en forma libre e independiente. ¿Cuántas personas hay en el mundo, que, teniendo un poco de seguridad material, se olvidan de un Dios Padre, que les permitió llegar a este mundo, tener salud y trabajo, un mundo de personas que los aman y son amados? Más aún, dicen: ¡Estoy bien! No tengo problemas. ¿Dios? No tengo el gusto de conocerlo, ni me interesa, hay cosas más importantes de que preocuparme. Y así van por la vida, hasta que repentinamente todo se les derrumba, ya sea por causas de la naturaleza, o por errores del hombre. Entonces se acuerdan de Dios, y les dan arrebatos de piedad, asistiendo a misas y rezando rosarios, confiados que el Señor va a escuchar todas sus súplicas. El Señor es paciente y comprende al hombre orgulloso que es pródigo en gastar sin medida, como también es misericordioso para acoger al que se siente la nada misma, reconocerse pecador y volver a ser contado dentro de sus servidores. Cada uno de nosotros debe mirarse y descubrir su propia realidad.
Atte. Padre Jorge
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