Álvaro Ulcué Chocué
Álvaro Ulcué Chocué, 10 de Noviembre de 1984. Sacerdote indígena Páez, asesinado en Santander, de 41 años, párroco de Toribio, departamento del Cauca Colombia. Para esto, los asesinos, desde una moto, detienen el coche en que Álvaro se desplaza por los caminos de su parroquia. Apóstol entregado a sus hermanos paeces, lucha para que el gobierno les conceda tierras, cosa que consigue en parte, porque después son brutalmente desalojados. Álvaro escribe una gramática y un manual de primeros auxilios en lengua Páez. Organiza festivales de música y muestras de arte para rescatar la cultura indígena. Pero por sobre todo, los paeces escuchan el mensaje liberador del Evangelio en su propia lengua y sienten a su párroco y hermano muy cercano, alegre, sin miedo a sus perseguidores -los mismos que siempre oprimieron a su pueblo- que ya lo han amenazado de muerte, han asesinado a su hermana Gloria y herido a su papá, Domingo Ulcué, de 70 años y a su mamá, Soledad Chocué, de 60, en la masacre de Pueblo Nuevo, del 22 de enero de 1982, cuando doscientos policías emboscan a la comunidad paez para quitarle sus tierras. "La muerte de Álvaro, como la de Jesús de Nazaret, no fue un hecho fortuito... fue la consecuencia de una opción por la justicia", declara las Comunidades Cristianas de Bogotá, al comentar el martirio de Álvaro, hombre justo, sacerdote entregado a su pueblo.
Álvaro Ulcué Chocué Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que habìa escogido, Dios los predestinò a ser imagen de su Hijo, para que èl fuera el primogènito de muchos hermanos. A los que predestinò, los llamò; a los que llamò, los justificò; a los que justificò, los glorificò. Rm 8,28-30
San León Magno
San León I, elegido obispo de Roma en el año 440 y muerto el 461, fue un Papa de momentos de crisis. Tenía un espíritu suficientemente magnánimo como para hacerles frente. Resistió con igual energía e inteligencia el peligro de las invasiones de los bárbaros como el de la herejía monofisita, que ponía en peligro la fe de la Iglesia en el misterio de la Encarnación. Si bien acertó a alejar la amenaza de Atila que pesaba sobre Italia (452), hubo de asistir, sin embargo, tres años más tarde, al saqueo de Roma por los vándalos (455). Ahora bien, en el momento en que tenía que atender a las necesidades materiales de su pueblo, había de formular también la fe recibida de los Apóstoles con respecto a la persona de Jesús. El Concilio de Calcedonia ratificó por aclamación su doctrina: «Pedro ha hablado por boca de León», exclamaron los Padres (451) Pero la fe no es una pura especulación. De ahí que San León recuerde a su pueblo, a lo largo del año, las consecuencias que supuso para la vida del cristiano la Encarnación: «Reconoce, cristiano, tu dignidad. Recuerda de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro». Es admirable que unas oraciones litúrgicas, unos sermones y cartas compuestos en medio de tantas dificultades resuman tal serenidad. El secreto de semejante paz y dominio hay que buscarlo en el amor y la fe que animaban a León Magno: fe en Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, y amor a Aquel que es Hijo de Dios e hijo de María; fe en sus promesas, cuya depositaria es la Iglesia en la persona del sucesor de Pedro, y amor hacia esa misma Iglesia, que sigue siendo gobernada por la segura mano de Pedro.
Oremos
Señor, tú que nos ha prometido que las fuerzas del mal nunca prevalecerán contra la Iglesia, cimentada sobre la roca de Pedro, haz que, por la intercesión del Papa San León Magno, tu pueblo permanezca siempre firme en la verdad y goce de una paz estable y verdadera. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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